7 de enero de 2007

¡Sorpresa!

- ¡Sorpresa! ¡Adiviná quién llegó!

- ¿Pero no era que llegaban mañana?

- Sí, pero se adelantaron para sorpr… ¡venite rápido!

No encuentro onomatopeya para ese regañadientes clausurado en pos de que no crean que el contenido de la visita no me pone contenta. Que quede claro. Por favor. No quiero problemas por esto.

Las visitas sorpresa o adelantadas sin previo aviso, en general, no me caen bien. A no ser que no tenga nada que hacer con mi vida y que, además, esté de muy buen humor (y es raro que ambas cosas estén enlazadas). Y ni hablar si la sorpresa cae a media noche o antes de que me despierte.

Voy a desembuchar primero las visitas adelantadas. Si la cosa era mañana, y quien viene sabe que era mañana y también sabe que va a ser hoy, ¿por qué, simplemente, no lo dice? ¿Por qué, en vez de eso, da por sentado que no decirlo es mejor que decirlo?

Esto me hace acordar a algo que el otro día le sucedió a una amiga. Su gata dejó en la puerta de su casa una ofrenda (léase pájaro muerto ensangrentado) y no paró de maullar hasta que por fin ella fue a ver lo que la gata quería que viera. Con esto no quiero decir que la visita sorpresa es un pájaro muerto ensangrentado. Sino que aquello que por la gata fue valorado como una especie de ofrenda, de regalo, no lo fue para mi amiga. Ya que no pudo salir por esa puerta hasta que otro con más agallas limpiara el lugar. O sea, las visitas adelantadas me hacen tener que dejar de hacer algo y obligarme a hacer otra cosa (recibirlos) porque el haberse adelantado es -para ellos- lo más importante que está sucediendo. Lo peor es que si uno no puede o no quiere recibirlos en ese momento, indefectiblemente pasa a ser una “mala persona”, en el mejor de los casos.

Lo de las visitas sorpresa, es algo aún peor. Llegan y te rompen la vida, por no decir las pelotas. Pero, dentro de este rubro, las peores son esas que están siniestramente armadas para joderte la vida desde un tiempo antes de la llegada. Me refiero a esas que para entrar en la categoría de sorpresa, necesitan del armado de toda una jodida parodia del “no voy” con el objetivo de ofender al supuesto visitado para que, finalmente, todo se resuelva cuando los susodichos llegan “de sorpresa”, haciendo que el visitado tenga que tragarse todo el mal momento vivido. Esto también pasa con esos fastidiosos cumpleaños sorpresa, en los que todo el mundo se complota haciéndote creer que nadie recordó tu cumpleaños y, justo cuando el trastorno ya toma un aire cuasi-existencial, entras a un lugar y oh… sorpresa… te cantan el “que los cumplas feliz” justo cuando te sentís el más infeliz de todos.

La verdades que toda esta cosa Tinelesca (conductor de TV que basó su carrera en joder muy jodidamente -y aquí la redundancia bien lo vale- a las personas para luego compensarlas con algo que deje de lado una acción judicial… ah, y se supone que ver a un tipo enojado es algo gracioso), realmente me enferma.

En definitiva, creo que todo se resume a, de una vez por todas, entender que la sorpresa tiene que estar relacionada con la persona a quien se quiere sorprender y no con quien sorprende. A no ser que queramos comportarnos como gatos comiéndonos los sor y dejando de regalo la presa.

PD: Me voy a ver a las visitas, antes de ser presa de malos comentarios… (¡?).

2 comentarios:

  1. ¡A quién se le ocurre!...
    Todo el mundo sabe que nunca hay que dar sorpresas sin avisar.
    Realmente sorprendente.

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  2. Las sorpresas, un arma de doble filo.

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