12 de enero de 2023

Pareciera

 Pareciera que el sol envía a la brisa a espiar entre las cortinas blancas de la ventana semiabierta. La pared anaranjada, tras la cabecera de la cama, tiñe de melancolía la piel de esos cuerpos recién transpirados. Él está tendido boca arriba; ella, de costado, acurrucada entre su pecho y el brazo izquierdo. Él tiene las cejas embestidas contra el miedo, el cuerpo exhausto y la mirada urgente; ella, las mejillas aún rosadas, los dientes enterrados en los labios y la melena castaña y tímida. Adivino que la gota de mar contenida en su rimmel acaba de nacer. Quizá fue luego de esto que él acorraló con la yema de sus dedos ese hombro aún tatuado por el bretel. O quizá fue al revés. Pero es ahí donde está la vida de ese cuarto sin cuadros, ni fotos, ni luz en la mesa de luz, ni cajones ni cajas. Tampoco hay valijas o perfumes o teléfonos celulares. Sólo un parquet recién lustrado con ropas desesperadas. Un pantalón de jean, una camisa clara y zapatos marrones; una falda floreada, una musculosa verde con puntilla y unas sandalias. Y la ropa interior, aún entre las sábanas, se parece a un gato negro agazapado frente al único anillo de color valioso de ese cuarto.

 

Alejandra Dening (30/1/2012)


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