30 de diciembre de 2006

A un día de que se termine lo que después sigue…

Ayer, mientras caminaba por las calles del caluroso microcentro porteño, observaba como miles -o millones- de papelitos caían desde las oficinas. El sol se reflejaba en el improvisado manto blanco y ponía el ambiente aún más caluroso, sobre todo para los encargados de limpieza que veían su trabajo más que quintuplicado. Si no fuese por el calor y la fecha, parecía que Argentina acababa de ganar una semifinal de fútbol. Porque el clima no era de total alegría, era algo así como el festejo por lo que vendrá, la sensación de creer que se viene algo emocionante, distinto.

Debo admitir que a veces me cuesta bastante creer en la festividad colectiva. Quizás porque sepa que a pesar de la fecha hay mucha gente enferma y muchos que los cuidan. Otros faltarán en algunas mesas y la fiesta se convierte en el primer año sin ese que se fue de la vida. Unos cuantos esperan que las fiestas pasen para accionar esas decisiones que postergaron para pasar unas fingidas buenas fiestas. Otros están con algunos cuando en realidad quieren estar con otros. Otros están con otros porque no pueden estar con algunos.

Sé que también está la contrapartida de todo esto. No creo necesario enumerarlas porque las festividades colectivas están justamente diseñadas para ellos. Es como que las fiestas son la gran oportunidad de ser parte de un espectacular comercial publicitario, con la mesa divinamente preparada, las personas unidas levantando sus copas, los fuegos artificiales en el cielo, las sonrisas unánimes que salen -sin libreto- al menos por unos instantes. Al brindar se pide deseos que generalmente luego se olvidan, pero eso no importa, porque el cuento ya terminó ahí, en esa instantánea de “vivieron felices y comieron perdices”.

Y todo esto pasa, año tras año, década tras década, a pesar de ya haber vivido la experiencia del día siguiente, y el siguiente y todos los otros que le siguen hasta completar los 365 días que hacen que todo vuelva a empezar.

28 de diciembre de 2006

Mediocridad

Hace rato que aparece este tema quemándome el cráneo, lo veo por todos lados, pero por algún motivo me cuesta escribir sobre ello. Quizás tenga que ver con la subjetividad del tema, ya que hasta la definición que encuentro en www.wordreference.com me parece mediocre: “persona que no tiene la capacidad para la actividad que realiza”.

Creo que no es tan sólo una cuestión de capacidades… ay, no sé… me cuesta realmente bajar este concepto… soy una mediocre para hablar de la mediocridad (mediocre juego de palabras, si los hay).

A ver… creo que la mediocridad es la peste que va a terminar con la raza humana. Pero en serio. Pienso en los ataques preventivos de Mr. Bush, en cómo el gobierno usa nuestro dinero en tickets aéreos que los diputados revenden para obtener más dinero, mientras hay pibes sin un vaso de leche, en empresas que dicen no poder bajar sus precios cuando gastan millones en publicidad… y no sé, en mil cosas más. Los invito –si tienen ganas- a postear ejemplos…

Pero, si bien esto es triste, lo peor es que la mediocridad es contagiosa y parece que no hay vacuna que la prevenga. Es una gran peste que arrasa con todo. Nadie se salva. Y lo peor es que siempre se ve en los otros. Es bastante difícil hacerse cargo de la propia mediocridad. Debo admitir que éste es el texto que más me ha costado escribir y todo lo que ya está escrito es digno de ser borrado… ja… por segunda vez… soy una mediocre para hablar de este tema… bueno al menos hice el intento (excusa de mediocres).

Evidentemente no tengo la capacidad para esta actividad que estoy realizando (el wordreference tenía razón)… y el que esté libre de mediocridad que tire la primera piedra.

23 de diciembre de 2006

Escapismo



En el lapso de dos horas -como mucho- aparecieron dos hombres que no podían estar en sus casas. O en sus vidas. Entonces me viene a la mente el concepto de escapismo.

Encontré en www.wordreference.com/definicion/escapismo que este término se refiere a una técnica ilusionista que consiste en lograr escapar de ataduras y cadenas que, en principio, parecen imposibles de abrir; y también se refiere a una tendencia a huir de la realidad para no afrontar los problemas.

En estos dos casos en especial, me parece que la segunda acepción describe mejor ambas situaciones.

Hace un par de años, yo también utilizaba esta técnica. El nombre que le había puesto era “fugas geográficas” y recuerdo que algo sobre eso había escrito. Lo voy a buscar…

Acá está, lo encontré:


Y siempre se ronda en la misma frecuencia,

las fugas geográficas quién sabe si valen la pena.

Vas y venís por el mismo sendero,

creyendo incierto que es el correcto.

Metamorfosis de colores vagan en tus sentidos,

mirando los míos, por dentro, fluyendo,

formando las capas de un dulce veneno,

que embriaga mi alma de grandes saboreos.

Y vienes y vas, de aquí para allá,

corriendo hacia donde el sentido se esconde,

sembrando ilusiones,

viviendo locuras que dan nacimiento a mágicas criaturas.

Y ya verás que no todo es real,

que no todo es irreal,

que todo es tal cual se ve,

tal cual se quiere ver.

Huyendo despacio de momentos eternos,

persiguiendo, arrestando, los bellos momentos,

esos que sólo descansan en el alma cerca de tu almohada,

zambullidos en un mar de deseos sinceros, mentirosos,

que más da, si es lo mismo el precipicio que el océano

al descifrar las miradas de un casual encuentro.

Los disturbios aparecen al compás de este fuego,

sangriento y cristalino, depende tu momento.

Y tal vez quizá,

alguien pase y te salude

y no sabés quién es,

si tu pasado o tu futuro,

pero lo ves pasar

y te inmovilizás al querer actuar, sólo una vez más.

Quizá tu delirio te haga despertar

y ver más allá de donde tu mirada va,

buscando lo cierto que siga tus reglas

asumidas por todos los que te rodean,

asemejando quizá un gran circo de locura

en el cual feliz se vive hasta que cae su estructura.

Y mirás a tu alrededor

redescubriendo tu figura

en la sombra iluminada por la luz de la luna.

Te sientas,

tomas tu cabeza,

aprietas tus dientes,

cierras los ojos

y te repites algo loco,

algo que sólo vos entiendas,

eso que te da fuerzas para algo nuevo,

o te derrumba haciendo desaparecer todos tus senderos,

hundiéndote en él como un volcán en reversa

o acelerando a fondo dando marcha a tu vida,

fingiendo la nada,

creyéndote en la cima

y quizás desde allí veas la grandeza de la naturaleza,

de tu naturaleza

que te obliga a escribir esto para matar sentimientos,

para esconderte en caparazones,

para vislumbrar satisfacciones en tu sonrisa,

para decir necesito escribir más sobre esto del acelere de mi mente

que no se hace cargo y te habla a vos, mi otro yo, que siempre está aquí,

pero sólo lo ves cuando se dirigen específicamente hacia él,

navegando en ese interior que a veces te da,

me da,

tanto temor.

Temores escondidos en cenizas urbanas,

fugas geográficas de cenizas de bolsillo,

de palabras conjugadas,

quizá, sin sentido.

Pero sigues haciéndolo,

sin saber por qué,

porque sólo de esta forma te sientes bien,

sacando hacia fuera en papeles encubiertos,

palabras que a veces dices con los gestos

que nadie entiende, ni debe entender,

ya que el remolino, terremoto,

sólo vive en vos o sea en mí.

Y que vas a hacer,

así son las cosas,

mas simples,

mas locas,

mas confusas,

mas entendibles,

mas qué se yo.

Es de 1998, o sea que yo tenía… 23 años. Recuerdo que lo escribí en medio de una de mis tantas fugas, apenas alejada unos 400 km del entorno del conflicto. No del conflicto, él se había escondido en una de mis maletas. Y me acompañó por mucho tiempo más.

Al releerlo me doy cuenta que la primera definición es en realidad la más acertada, al menos en lo que respecta a mis propios escapismos. La recuerdo: “técnica ilusionista que consiste en lograr escapar de ataduras y cadenas que, en principio, parecen imposibles de abrir”.

En aquel momento me sentía realmente atada y encadenada, pero aún no tenía idea de qué se trataban esas cadenas, tan sólo era una rebelde amargada buscando qué hacer con vida. Es algo así como sentirse en jaque y permanecer ahí, en ese casillero, gruñendo contra el supuesto adversario del momento, buscando la forma de zafar, revisando una y otra vez cuál fue el mal movimiento que me llevó a eso y no aceptando como posibilidad el perder o el patear el tablero.

Siempre se trata más de mí misma que de los otros. De no saber qué hacer conmigo, para mí o por mí. Vaya donde vaya, siempre me pongo a mí misma en el mismo casillero. Es como ser el rey de mi vida, pero no saber qué hacer con ese reinado más que luchar por que no me lo quiten. ¡Qué ironía! Si yo misma me lo vivo quitando.

En este momento siento que en el tablero sólo hay fichas mías. Y son blancas. Seguramente, si me olvido de mí, encuentre un adversario del cual defenderme. Pero por el momento no tengo ganas de jaquearme.

22 de diciembre de 2006

¿Cuánto cuesta pedir?

Excepto en el caso de deseos silenciosos propiciados por un brindis, parece que pedir cuesta. Y mucho. Si se siente la necesidad y se sigue el impulso (sin tiempo mediante), parece un poco más simple. Pero si en entre la necesidad del pedir y el pedido, pasa algún tiempo, parece que se escabullen incontables juicios valorativos que ponen en duda el pedido. Pero digo el pedido, no la necesidad. Y me viene a la memoria un reciente comercial publicitario de Arnet, del grupo Telecom (video). Si bien no creo que les falten billetes, se atreven a pedir. No hablan de ventajas ni de beneficios para sus clientes, sólo piden. Apenas lo vi me pareció descarado. Tan descarado como los políticos pidiendo votos. Ojo, entiendo que el objetivo de toda publicidad o propaganda política es lograr adeptos, por lo tanto siempre es un pedido encubierto. Y creo que ahí es donde está el tema. Porque pedir abiertamente cuesta dejar al desnudo la necesidad, la debilidad. Y desde antaño hemos sido educados para ser fuertes, no débiles. Entonces si el pedido no es débil -de mano tendida con la palma hacia arriba- entonces debe ser fuerte. Y para esto veo que generalmente se usan dos vías para esta transformación: la persuasión y el deber moral.

La primera pone el acento en convencer al otro de hacer algo. La segunda, lo condena si no lo hace. Ese “algo” se minimiza tanto, que pasa a ser un adorno. Quizás es por eso que a veces no sabemos por qué o para qué hacemos lo que hacemos, pero si no lo hacemos nos sentimos mal.

Quizás es por eso que generalmente se reemplaza el “yo te pido” por el “vos me deberías haber dado”. Y es entonces de esta manera que la debilidad se transforma en fortaleza, aunque nos pasemos la vida reclamando cheques sin fondos.

Stop



Un momento. Estoy en shock. Sepan disculpar. Acaba de ocurrir. Recién. Justo recién. Apenas hace unos instantes. Y creo que sigo escribiendo como una forma de obtener más tiempo que me separe de eso. Parece difícil. Y lo es. Claro que lo es. Cualquiera diría que nunca debo esperar nada. Pero espero. Y no llega. Siguen pasando los segundos y no llega. Maldición. Maldita maldición. ¿Debo hacer de cuenta que no me importa? ¿O quiero chocar de frente y embestir? También podría vengarme. Esperar el momento perfecto para devolver el shock. Pero no me caracterizo por ser paciente. Lo mío es reaccionar. Y me estoy conteniendo. No puedo ni empezar a contar hasta diez. Esa técnica nunca estuvo de mi lado. Estoy tiesa mirando como mi monitor me mira. Cuando los dedos no escriben, mi mano derecha quiere abollar el mouse. La izquierda asfixia al soporte del teclado. El monitor me sigue mirando. Fijo. Demasiado fijo. Como quisiera que sea capaz de bajar la mirada. Salgo de aquí y busco un cigarro. Cargo en mi lectora un CD de Massive Attack y una ventana loca comienza a hacer ruido, me aturde. Pero también me hace olvidar en qué estaba. Y aunque le dé doble clic al tema 5, mi Winamp se empecina en poner el tema “Sube” en la voz de Mercedes Sosa que mi madre pidió que le consiga. Comienzo a escuchar, nunca fui devota de la música popular. Pero apareció. Quizás para que siga camino luego del STOP. Un semáforo de tres luces verdes que este monitor que me mira fijo tenía guardado para mí.

Un momento.

El shock pasó.

Quizás nunca tuve técnicas para salir, porque soy de las que encuentran fácilmente un puente hacia otra emoción.

21 de diciembre de 2006

¿Cuánto dura el presente?


Luego de leer algo que me despertó la pregunta: ¿cuánto dura el presente?, caminé por el living y lo vi a Pringles, mi perro. Estaba durmiendo en su sillón, en esa posición “trastornada” que duerme siempre. Busqué la cámara y tomé la fotografía que encabeza este texto. Por algún motivo percibo que hay una conexión entre mi pregunta y mi perro.

Me detengo a ver la imagen y busco qué está presente en ella. Ese sillón comenzó a ser suyo cuando lo destrozó de tal manera que nadie más quiso (o pudo) sentarse en él. Ya no sé cuantos diarios enrollados no fueron capaces de detenerlo. Quizás la abstinencia a la goma espuma era más intolerable que recibir chirlos y gritos.

También veo que está presente su alergia alimentaria que el alimento hipoalergénico de $12 el kilo aún no termina de sanar, aunque hayan pasado 4 meses de tratamiento.

Pero lo que veo que está más presente es su forma de dormir, boca arriba con las patas abiertas al estilo cuarto trasero de pollo en carnicería.

Hace un año atrás, cuando Pringles tenía sólo un mes de vida, dormía boca abajo o de costado. Luego comenzó a ser tan “diablillo” que el veterinario recomendó calmarlo mediante la posición de sumisión. Fue como un remedio mágico para cuando me sacaba de quicio. No era necesario pegarle, con solo ponerlo boca arriba -sujetándolo con mis dos manos en la zona del cuello e inmovilizando sus patas delanteras- la paz llegaba y se quedaba un buen rato.

Hoy en día ante cada reto de mi parte, él solito se da vuelta y se “somete”, como señal de rendición y promesa de buen comportamiento. Si bien parece práctico, en el fondo es triste, y es más triste que se haya acostumbrado a dormir así, con la sensación de sometimiento.

Seguramente todo esto es rollo mío, porque me atrevo a dejar de verlo simplemente como un perro y lo miro como un ser vivo, con características similares a los humanos.

Entonces, ¿cuánto dura el presente? Infinitamente. Porque en el presente también está presente el pasado. Y por qué no el futuro. Me gustaría poder verme a mí misma como a mi perro con la esperanza de encontrar aquellas cosas del pasado que hoy -sin percibirlo- me siguen sometiendo. Sería algo así como estar presente con las cosas que están presentes en el presente. Puede ser que haga o no algo con ellas. Pero tengo la sensación de que una bocanada de libertad pueda entrar en mi presente si me atrevo de vez en cuando a gruñirle a la vida en defensa propia.

18 de diciembre de 2006

En pausa


A veces me siento como en pausa y tengo la sensación de que al sacarla no va a seguir la melodía de vida que venía teniendo, al contrario, puede aparecer cualquier cosa, como si luego de la pausa se activara un modo de reproducción aleatorio.

Esto me pasa sobre todo cuando me animo a no ser tan predecible, cuando me decido a hacer exactamente lo que me pasa por las entrañas, olvidando encajar en el paisaje que alguna parte estructurada de mí se ha tomado el atrevimiento de pintar.

Es bastante extraño, a veces he tenido esta sensación, pero centraba en el afuera y no en mí, entonces tenía forma de incertidumbre, como que la pausa se iba a reanudar en un lugar marcado por otro.

Ahora siento como que la pausa va por fuera, pero que por dentro la melodía está maravillosamente potenciada. Aunque debo admitir que cualquier destello que se me escape por los poros, parece un viento que propaga tempestades.

A veces quisiera que en mi vida aparezca esa musicalización de película que te avisa si lo que está pasando está bueno o es algo realmente jodido. Una melodía que traduzca intuiciones, porque de alguna manera presiento de qué se trata lo que pasa.

Lo bueno de todo esto es que hace algún tiempo aprendí, que cuando la pausa aparece no es necesario que haga absolutamente nada. La pausa es pausa. Y nada más. Es quedarme en mí, no obligarme hacia el afuera, dejar que las cosas pasen y animarme a zambullirse en lo que vendrá, cuando venga y sin apurar.

15 de diciembre de 2006

31 años de luz

Acabo de terminar mi día de cumpleaños y tuve la suerte de que alguien haga aparecer un ritual de velas específico para la ocasión. Comenzó a las 10.32 am, hora exacta de acuerdo a lo que la astrología indica como el momento de mi cumpleaños.

31 velas encendí en mi honor. Y al hacerlo pude por fin darme cuenta que se trataba de poder ver mi propia luz. Ahí, justo frente a mí, emocionándome las entrañas, dejando caer lágrimas deslumbradas que recordaban vivencias de cada año, esos hechos que marcan el para qué valió la pena transitarlo.

31 luces encendidas en mi honor, pero encendidas por mí. Mi propia luz, ahí, justo frente a mí. Intento describir lo que sentí pero no puedo. La inmensidad no tiene palabras.

31 luces encendidas en mi honor, por mí y para mí. Para seguir dándole luz a mi vida, para seguir honrando cada año, cada luz, y así poder lograr mi más anhelado deseo: ver las cosas con al menos un poco más de claridad.

12 de diciembre de 2006

Las distintas formas de lucha


Hoy apareció este video. A simple vista podría decir que se trata de una danza ritual africana, en la que dos hombres luchan por la fértil mujer.

Sin embargo al verlo una y otra vez, se me aparece la representación de otras cuestiones.

Creo que ese tipo de lucha continúa hoy en día, en esta sociedad, pero con otras formas, sobre todo después de la “revolución femenina” (por llamarlo de algún modo).

Los protagonistas bien podrían ser un hombre y una mujer luchando por imponer sus ideales. El más fuerte logrará su cometido, y el otro aceptará la situación pero esperando con el arma empuñada. Y así ninguno gana, porque esa supuesta fertilidad de pareja está constantemente amenazada.

También percibo a los tambores como a una sensación interna, una emoción, que pide a gritos un movimiento, una acción.

Pero, como mis sensaciones no son muy nítidas, dos de mis opuestos entran en acción generando un conflicto. La lucha se enlaza en danza, parecen distintas pero quieren lo mismo.

Y cuando una parte de mí demuestra que es capaz de matar a la otra, aparece una nueva parte conciliadora, enmascarada de destello de claridad, de un “darme cuenta”.

Esta parte escucha lo que las otras dos querían hacer, hasta que llega el momento de sentirse totalmente seducida por una.

Y la otra -simplemente- se queda allí… en la eterna espera de una revancha.

11 de diciembre de 2006

¿Aparece o sale de mí? (y algunas cuestiones sobre la libertad)

Recién, mientras veía el quilombo de cosas que hay a mi alrededor e intentaba poner un poco de orden, me encontraba con distintas reacciones ante las diferentes cosas. Sentí fastidio ante algunas, satisfacción ante otras, cosas que guardé, cosas que tiré, cosas que dejé más o menos como estaban.

Y entonces me doy cuenta que todo eso que aparece ante mí y puedo ver, en realidad es una parte de mí que encuentra en esas cosas una forma de salir. Podría simplemente adorar, criticar o directamente no ver, no verme. Pero al no verme lo veo en los otros, en las cosas y me veo a mí misma de mal humor, con la tensión en aumento y es ahí donde soy sólo un sujeto, sujetada a mí misma a través de mi entorno. Entonces todo se vuelve lucha, búsqueda de justicia y de hacer entrar a otros en razón. La mayor parte del tiempo vivo así. Por suerte de vez en cuando me doy cuenta que “entorno” es “en torno a mí” y comienzo a verme como ombligo de mi propio mundo, sacando al resto de mi propio paisaje. Pero a veces ese paisaje es un cuadro pintado por otro y siento que no encajo o que no es ese el paisaje en el cual me siento libre. Y es aquí donde entra la cuestión de la libertad que, como no sé bien de qué se trata, busco definiciones (¡hasta la libertad tiene que encerrarse en una definición!) y encuentro en http://www.wordreference.com/definicion/libertad diferentes acepciones no del todo congruentes (para mí):

• f. Facultad que tiene el ser humano de obrar o no obrar según su inteligencia y antojo.
La inteligencia y el antojo, ¿son libres? ¿O también son prisioneras de lo que la falta de libertad mental y espiritual permitió tener al alcance?

• Estado o condición del que no está prisionero o sujeto a otro.
¿Se puede lograr el no estar (en ninguna medida, por más pequeña que sea) sujeto a otros?

• Falta de coacción y subordinación (trabajo con total libertad).
¿Acaso no estamos coaccionados y subordinados tanto socialmente como desde algo más interno como lo son los instintos?

• Facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas, de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres (libertad de expresión).
Las leyes y las buenas costumbres, ¿representan libertad para todos o sólo para quienes las documentan y un par de tantos más?

• Confianza, franqueza (puedes contármelo con toda libertad).
Todo lo que tengo para decir, ¿tiene libertad como para salirse por la boca?

Osada familiaridad (más en pl.: se toma muchas libertades con el jefe).
Y aquí está la cuestión, si alguna vez se busca “ser” en libertad, ya es algo “osado” y lo osado está visto como “impertinente” (ja!).

• Falta de obligación (tienes libertad para asistir).
Creo que esta es la más practicada: siento libertad cuando creo que no siento obligación.

• Poder o privilegio que se otorga uno mismo.
… pero que debe respetar las leyes y buenas costumbres de algunos, tener en cuenta que de alguna u otra manera estamos subordinados a otros y encima está el tema de los instintos. ¡Creo que para poder encajar en esta definición tendría que ser algo así como Dios!

♦ Se usa sobre todo con el verbo tomarse: me he tomado la libertad de traer un amigo.
Es libertad siempre y cuando no sea algo osado, respete las leyes y buenas costumbres y no haya tenido que invitar a ese amigo sujetado por una obligación.

• libertad condicional der. Beneficio de abandonar la prisión que puede concederse a los penados en el último periodo de su condena, y que está sometido a la posterior observancia de buena conducta.
¡Uhh! Esto no tiene que ver sólo con lo penal, sino con lo psico-social. Alguien puede “darnos” el “beneficio” de obtener algún tipo de libertad - respecto a ciertas cosas- que, obviamente, será observada de acuerdo a los parámetros anteriormente definidos.

• libertad provisional der. Beneficio del que gozan los procesados, tras fianza o no, que no son sometidos a prisión preventiva en tanto dura la causa o juicio.
¡Ja! Creo que, en definitiva, este es el tipo de libertad que está permitido y que de una u otra manera todos gozamos, en tanto dura nuestra vida.

Luego de enlazar un poco lo que la sociedad establece con respecto a lo que la libertad “es” y cómo estas definiciones (o, mejor dicho, mandatos) fueron poco a poco metiéndose en mí a lo largo de mi existencia, puedo entender a “las cosas que aparecen” como juicios que quieren salir de mí. O sea, las cosas que de los otros me molestan, ¿me molestan porque también están en mí o porque no sé por qué motivo creo que no deberían estar en mí? Sé que no soy clara, estoy intentando desmarañar la cosa. A ver, ejemplifico con alguna supuesta boludez: me gusta el orden, pero no me gusta ordenar. Las cosas ordenadas se ven bien, pero ordenar es fastidioso. Esto de que las cosas ordenadas se ven bien, ¿es una verdad interior o es un mandato de buenas costumbres? El malestar que siento con el desorden, ¿tiene que ver con una necesidad intrínseca de orden o con no cumplir con ese mandato? ¿Cómo sería en este caso hacer uso del beneficio de la libertad de no ordenar si soy presa del mandato? ¿Cómo sería liberarme de este mandato?

Mmm… realmente no lo sé, lo único que se me ocurre es contratar personal para la limpieza y el orden de la casa y así seguir siendo presa del mandato pero sin transitar el fastidio de cumplirlo yo misma. Ja! Veo que mi libertad se restringe -por el momento- a vivir en un paisaje pintado por otros. Lo único bueno de esto es que me da la certeza de que más cosas seguirán saliendo de mí mediante las cosas que aparecen y quizás la única libertad que tenga sea decidir si quiero o no volver a elegirlas.

Dar todo

¿Cuál es el sentido de dar todo cuando del otro lado eso no es siquiera percibido como algo?
Por fin la sensación se hizo pregunta luego de 5 horas y media de dar vueltas por mi incertidumbre tras ver unas simples imágenes cotidianas.
Y entonces me pregunto, ¿qué es dar todo?, ¿para qué dar todo?, ¿por qué dar todo?, ¿por qué ese dar todo es tan ciego que ni siquiera tiene en cuenta al otro?, ¿qué cadena de confusiones genera ese dar todo?, ¿qué es ése todo para el que recibe?, ¿pidió recibir?, ¿quiere recibir algo?, ¿quiere recibir ese todo?, ¿sabe que algo le puede ser reclamado a cambio?. Y el que recibe sin saber que recibe, ¿debe algo?, ¿por qué ese recibir de prepo luego debe ser pagado?. Y si el dador no puede seguir dando, ¿se sentirá en falta?, ¿sentirá culpa por no estar dando?, ¿o buscará alguna justificación para el no dar porque no ha recibido nada a cambio?
Y llevo estas preguntas a mí, a mi facilidad para dar y a mi resistencia para recibir.
Dar no compromete, compromete al que recibe, porque ante el dar de uno, el otro tiene que decidir si aceptar o no eso. Aceptar lo pone en deuda y no aceptar de alguna manera, también. Es como un callejón sin salida.
Evidentemente está muy arraigada en mí la concepción de que el dar desinteresadamente es pura hipocresía, por lo tanto sería hipócrita poder recibir sin sentirme en deuda. Entonces el problema no pasa por dar o por recibir, sino por quitarle el valor de moneda de uso corriente emocional.

10 de diciembre de 2006

4 días para los 31

Pareciera una cuenta regresiva, pero por algún misterioso motivo la percibo como progresiva. De alguna manera fui yendo por donde tenía que ir, sumándole néctar a mi cuerpo, aunque estoy un tanto ciega como para verlo. Por momentos el único alivio es la mirada que encuentro en los otros, como una señal de que hay existencia. A veces quisiera ser flor, o nube o río... existir aunque no sea vista y es justamente en medio de todo esto, que unos Testigos de Jehová tocan el timbre a las 11:06 am del domingo, logrando demasiados ladridos de mi perro ateo. Me ofrecen la salvación y respondo: no, gracias. Por suerte eran dos jóvenes, poco experimentados, sin argumento refutador de mi respuesta. Se escuchan los ladridos de perros vecinos, continúan su peregrinación. Realmente deben sentir esto de ser testigos de algo digno de ser compartido, son como flores caminantes, intentando convencerte de su néctar. Popularmente son percibidos como "pesados", "densos", como que no tienen nada que hacer y por eso salen a "joder" tocando el timbre los domingos por la mañana. Yo creo que también tengo esa parte "pesada", "densa", que intenta convencer a otros de probar mi néctar, de que al menos sea visto por no decir aceptado. Creo que también soy poco experimentada, realmente no sé que haría ante el "no, gracias" de quien quiero que me escuche. El no y las gracias en esos casos serían inaceptables, incongruentemente percibidos, un monumento al rechazo, digno de una mirada con ojos entrecerrados, desconfiados, con la inoportuna promesa interna de no intentar decir nada más. Sin embargo, a medida que el tiempo va pasando, me voy dando cuenta que no soy de las que siguen camino y tocan otro timbre. Sino que regreso una y otra vez, con previo conocimiento de las palabras que el otro quiere escuchar y así voy acomodando lo que quiero decir para no obtener esa respuesta de cierre. Finalmente puedo lograr la atención del otro, pero ya lo que digo no es lo que quiero decir y me doy cuenta de que no sé ni lo que estoy diciendo.